El ictus denominado stroke, que significa golpe en inglés,
hace referencia al deterioro súbito de origen vascular de las funciones
cerebrales, ya sea focal o global, y que dura más de 24
horas, pudiendo conducir a la muerte del sujeto que lo padece. En esencia se trata de una alteración del flujo sanguíneo cerebral lo que perturba de forma transitoria o
permanente su función.
Alrededor de un 10% de los casos de ictus presentan en
los días previos un síntoma transitorio que puede indicar que se está
produciendo alguna alteración del flujo cerebral (AIT; accidente isquémico
transitorio), siendo muy importante su consulta a un servicio de urgencias, dado
que suele ser la antesala de un próximo episodio ictal.
El ictus ocupa el tercer lugar en mortalidad en el mundo
occidental. En España con una incidencia de más de 200 casos por cada 100.000
habitantes al año, se produce un caso cada 6 minutos, constituyendo la primera
causa de mortalidad femenina, y la segunda causa masculina, además de ser la segunda causa de demencia y la primera de
discapacidad.
Con estos datos se vuelve imprescindible el acercamiento de la población
general al conocimiento de esta patología ,ya que, podría afectar a cualquier persona de nuestro entorno y más cuando los datos
nos dicen que uno de los momentos donde mayor tiempo perdemos a la hora de
tratar a estos pacientes es en el tiempo de llegada al hospital, al averiguar
que lo que está pasando es grave y requiere de una rápida actuación.
Hay que insistir en que el ictus es una emergencia, y el
factor tiempo es muy importante, al ser directamente dependiente del resultado. Una diferencia de unos 10 minutos podría significar la
diferencia entre recuperar la movilidad de un miembro o perderla de por vida.
A la hora del diagnóstico es importante tener
una mayor sospecha, sobre aquellas personas que tienen un mayor número de
factores de riesgo desencadenantes del ictus, tanto los no modificables, como
son la edad avanzada o los antecedentes familiares de ictus, como aquellos modificables,
como son el tabaquismo, la drogadicción, la obesidad, la diabetes o la
inactividad física.
Existen
varias escalas dirigidas a que la población general sea capaz de identificar un
ictus de la manera más rápida, una de las más utilizadas a nivel prehospitalario,
es la de Cincinatti que valora la presencia de los siguientes signos:
Asimetría Facial (haga que el paciente sonría o muestre
los dientes).
- Normal: Ambos lados de la cara se mueven de forma simétrica.
- Anormal: Un lado de la cara no se mueve tan bien como el otro.
Fuerza en los brazos (haga que el paciente cierre los
ojos y mantenga los brazos estirados durante 10 segundos).
- Normal: Ambos brazos se mueven igual (pueden servir otras pruebas como la prensión de las manos).
- Anormal: Un brazo no se mueve o cae respecto al otro.
Lenguaje
- Normal: El paciente utiliza palabras correctas, sin farfullar.
- Anormal: El paciente al hablar arrastra las palabras, utiliza palabras incorrectas o no puede hablar.
La presencia de uno de los tres signos nos hará sospechar
la presencia de ictus.
¿ Son estos los únicos signos de alarma de un ictus? La
respuesta es NO. La escala de Cincinatti es una herramienta básica y simplificada
para el rápido diagnóstico de un posible ictus, pero no incluye signos de
alarma como son la pérdida súbita de visión en uno
o ambos ojos, sea parcial o total, el dolor de cabeza de inicio súbito
con intensidad inhabitual y sin causa aparente, los trastornos de sensibilidad de
inicio brusco, como la sensación de acorchamiento u hormigueo de la cara, brazo y/o pierna de un lado del
cuerpo, o la sensación de vértigo intenso,
inestabilidad, desequilibrio o caídas bruscas inexplicadas, si se acompañan de
cualquiera de los síntomas descritos con anterioridad.
Es muy importante no quitar importancia a estos
síntomas porque desaparezcan espontáneamente, ya que podría tratarse de un
ataque isquémico transitorio que, si se tratase a tiempo, podría evitar un infarto
cerebral.
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