Las
lesiones deportivas por sobreuso se están convirtiendo en una entidad cada vez
más común en la población pediátrica activa. La prevalencia de estas lesiones
puede atribuirse a la combinación de un sistema músculo esquelético
subdesarrollado, a una participación mayor en el deporte competitivo a una
edad más temprana, así como a una mayor duración e intensidad del entrenamiento.
Muchas de estas lesiones no son reconocidas ni tratadas correctamente, pudiendo
tener consecuencias a largo plazo en los atletas jóvenes.
Un
ejemplo de este tipo de lesión es la enfermedad de Osgood-Schlatter en la que
centraré el presente artículo. Se trata de una condición en la que la inserción
del tendón rotuliano en la tuberosidad tibial (parte frontal y superior de la
tibia) se inflama, provocando el despegamiento del cartílago de crecimiento de
la tibia. Este proceso que afecta a los adolescentes en el periodo de
crecimiento, especialmente a aquellos entre los 10 y los 15 años, tiene una
incidencia mayor en niños, aunque está aumentando en el sexo femenino. Son
factores de riesgo de esta patología aquellos deportes que producen una
sobrecarga repetitiva de la zona proximal de la tibia como consecuencia de saltos
u otros tipos de ejercicios, antes de que se complete el crecimiento del área. Los
deportes más frecuentemente relacionados con esta patología son el fútbol,
baloncesto, voleibol, balonmano, equitación y la gimnasia.
También
se piensa que las contracturas y la tirantez de los músculos del cuádriceps e isquiotibiales,
así como un IMC elevado del paciente pueden influir negativamente en el desarrollo
de esta patología.
La enfermedad
de Osgood-Schlatter constituye un cuadro benigno y autolimitado en el que el
dolor se manifiesta en la protuberancia anterior de la tibia y aumenta con el
ejercicio, cediendo con el reposo. La sintomatología, en la mayoría de las
ocasiones, desaparece cuando la tuberosidad tibial se fusiona, generalmente
entre los 14 y los 16 años.
El
diagnóstico se realiza a través de la exploración física en la que observaremos
un hinchazón doloroso a la presión, en la tuberosidad tibial de una o ambas tibias,
exactamente debajo de la rodilla. También puede encontrarse cierta movilidad
lateral de la tuberosidad anterior de la tibia a la exploración.
Las
radiografías así como otras pruebas de imagen como la ecografía y la resonancia
magnética, no son necesarias para confirmar el diagnóstico, aunque demuestran el
arrancamiento de la protuberancia anterior de la tibia y pueden servir de ayuda
en el diagnóstico diferencial con otras entidades como son el síndrome de
Sinding-Larsen-Johansson, la enfermedad de Hoffa, lo tumores del tejido blando
o hueso, la avulsión o ruptura del tendón patelar, la condromalacia patelar, la
tendinitis patelar, la apofisitis infecciosa, los centros de osificación
accesorios, las osteomielitis de la tibia proximal o la fractura de la
tuberosidad anterior de la tibia.
El objetivo
primario en el tratamiento de esta enfermedad es la reducción del dolor y la
inflamación sobre la tuberosidad tibial. Tradicionalmente, su tratamiento incluía
la restricción total del deporte durante varios meses. Sin embargo, las últimas
recomendaciones son más tolerantes y adaptan toda la restricción de esta
práctica al nivel de dolor experimentado por el paciente. Los entrenadores
deben prevenir la aparición de esta enfermedad en sus jugadores, mediante la
realización de estiramientos musculares tanto de los isquiotibiales como del cuádriceps
después de haber llevado a cabo la actividad deportiva. En aquellos deportistas no
dados a estirar después de los entrenamientos, es importante instaurarlos en
fases precoces de la enfermedad en el caso de que aparezcan síntomas.
Existen
numerosos estudios científicos que han demostrado la eficacia de la
fisioterapia, la crioterapia y la acupuntura en la mejora de esta patología, al
disminuir la tensión que genera la musculatura extensora de la rodilla
sobre la tuberosidad tibial. También hay estudios que sugieren la eficacia de
la reducción de los síntomas en la inyección de una solución de dextrosa /
lidocaína (proloterapia), siendo segura y bien tolerada y disminuyendo el
tiempo de recuperación del paciente. No obstante, las infiltraciones con
corticoides están contraindicadas por favorecer la fragilidad del tendón
rotuliano.
También
existe un estudio
que ha demostrado la eficacia de la terapia
con ondas de choque, en atletas adolescentes con enfermedad de
Osgood-Schlatter recalcitrante.
Muchas
veces, el exceso de confianza en el carácter benigno y transitorio de esta
entidad lleva a los médicos a no pautar de manera correcta las recomendaciones
al paciente, esto sumado a la ineficacia del tratamiento conservador en algunos
pacientes, hacen que la enfermedad cronifique, siendo necesario el tratamiento
quirúrgico.
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ResponderEliminarLa cirugía tiene la ventaja principal de ofrecer una recuperación más rápida, además de evitar posibles daños mayores al tendón rotuliano. Las técnicas utilizadas en el tratamiento han sido variables pero se han observado buenos resultados en la mayoría de ellas.